lunes, 11 de marzo de 2013

Benedicto XVI visto por D. Ricardo. (2)



Homilía de D. Ricardo Blázquez, domingo, 24 de febrero de 2011.

El lunes día 11 de febrero comunicó Benedicto XVI, en un consistorio de cardenales, la decisión libre de renunciar al ministerio de Obispo de Roma, sucesor de San Pedro. Orando y reflexionando ante Dios ha llegado a la certeza de que por el bien de la Iglesia, dada su edad de casi 86 años no tiene ya fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio que le fue confiado el 19 de abril de 2005. La Sede  de San Pedro queda vacante el día 28 de febrero a las veinte horas.
La presente celebración ha sido convocada para agradecer a Dios el ministerio de Benedicto XVI. A la Eucaristía, que es siempre por su misma naturaleza acción de gracias a Dios por la entrega de su Hijo Jesucristo, unimos hoy como Iglesia diocesana este motivo de especial gratitud.
Un manojo de sentimientos se unieron en nuestro espíritu ante la noticia de la renuncia: El estupor con la sorpresa, desconcierto, pregunta, silencio y paralización que provoca; el respeto ante la decisión tomada en la conciencia iluminada por Dios ante la cual nos detenemos como en el umbral de  un santuario; nos queda un cierto deje de tristeza y sensación de pérdida;  el afecto cordial a su persona por su dedicación sin reservas y por su entrega sacrificada a la misión encomendada por el Señor; y ante todo y sobre todo un sentimiento de honda gratitud por su ministerio tan intenso y generoso; estamos convencidos de que ha sido un don de Dios para la Iglesia y la humanidad. Nos unimos  al Papa Benedicto XVI en la confianza de que el Señor  conduce la Iglesia a través de los diversos acontecimientos, también en la hora presente de la historia. Esta confianza, como hemos podido percibir, ha otorgado a Benedicto serenidad, y a nosotros nos ayuda a unir la gratitud por el ministerio de Benedicto XVI a punto de concluir con la esperanza en el servicio  del nuevo Papa que pronto recibiremos. ¡Gracias; Santo Padre!.
Quiero subrayar dentro de esta celebración en el presente coyuntura tan importante para Benedicto XVI y para la vida de la Iglesia, unas palabras de Jesús dirigidas a Pedro en el pórtico de la pasión: "Simón, yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido confirma a tus hermanos" (cf. Lc.22,32). El sucesor de Pedro, Benedicto XVI, nos ha confirmado en la fe en una situación marcada por la incertidumbre, la confusión y la búsqueda de nuevos horizontes misioneros. A la sombra del Papa y custodiados por él, nos hemos sentido como hijos seguros y bien protegidos. Con su penetración nos ha potenciado la mirada para diagnosticar las luces y las oscuridades de nuestro mundo y las necesidades de la misión de la Iglesia. El Papa por su ministerio es maestro en la fe; pues bien, esta dimensión ha brillado de manera eminente en los casi ocho años del ministerio petrino ejercido por Benedicto XVI. El Papa es fundamento y principio visible de unidad de toda la Iglesia en la fe y el amor. En una situación indigente de luz nos ha ayudado a profesar la fe cristiana con mayor fidelidad y lucidez; de este servicio se han beneficiado también otras confesiones cristianas, como algunos han reconocido.
Hay homilías de Benedicto XVI que pueden formar parte de una antología juntas con otras de San León Magno y San Agustín. Son textos claros, profundos, sencillos, espirituales y bellos. Ha simplificado lo más complejo sin perder hondura y riqueza. Hemos experimentado el gozo de entenderlo y de ser entendidos por él a la hora de exhortarnos. Hemos sido edificados constantemente por su predicación en la fe, el amor y la esperanza. La publicación de sus escritos que por diferentes  vías han llegado hasta nosotros, nos ha abastecido de piezas realmente escogidas.
Su vida larga, dedicada intensamente al estudio, a la reflexión y a la escritura ha desembocado con este extraordinario bagaje en la Cátedra de Pedro. En ocasiones  singulares, donde se había creado una gran expectación, como intervenciones en universidades, diálogos con intelectuales abiertos al sentido de la existencia, discursos en parlamentos, ha emitido diagnósticos hondos y acertados. Estos discursos luminosos han mostrado cuál es el lugar de la fe cristiana y de la Iglesia en nuestro mundo. Ha defendido la fe en Dios que no se identifica con el irracionalismo ni debe ceder a la violencia. En nuestro mundo plural ha apuntado a una forma nueva y respetuosa de relacionarse la Iglesia con las sociedades, los estados y las religiones. Se ha acercado con la doble antorcha de la fe y de la razón a un mundo que frecuentemente se olvida de Dios; y ha pedido a la humanidad que no se desentienda de la verdad. Sin verdad sobreviene el caos y nos cerramos a un futuro realmente humano. Ha prestado a todos, creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, católicos y no católicos un impagable servicio orientador que no debe ser preterido. Estas intervenciones forman un conjunto que por su lucidez, perspicacia, hondura en la verdad y generosidad en el amor deben ser recordadas y releídas. Su ministerio y su persona han sido como un faro de Dios en medio del mundo.
Todo esto confluye en la Nueva Evangelización, que siguiendo la invitación de Juan Pablo II, ha proseguido Benedicto XVI. Para afrontar la Nueva Evangelización nos ha ofrecido orientaciones fundamentales. Ante la necesidad evangélica de purificar la Iglesia, Su Santidad Benedicto XVI, apoyado en el Señor, con la valentía que confiere la humildad, ha llevado a cabo una tarea que es también guía para el futuro. ¡Cuánto ha deseado Benedicto XVI que la Luz de Cristo vencedor del pecado y de la muerte brille en el rostro de la Iglesia para irradiarla a la humanidad, como enseñó el Concilio Vaticano II, en que el joven teólogo Joseph Ratzinger participó.
Cuando el cardenal Ratzinger esperaba que le fuera aceptada la renuncia varias veces presentada como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que ejerció muchos años durante los cuales fue para Juan Pablo II apoyo seguro y vigoroso, se había propuesto escribir un libro sobre Jesús de Nazaret, teniendo como referente " El Señor" de su profesor Romano Guardini, en esa situación, murió Juan Pablo II y fue elegido él como sucesor. Algo de su renuncia instintiva y de su obediencia a Dios ha dejado entrever en algunas ocasiones. Ha vivido ante Dios renunciando a sus proyectos cuando el Señor le pidió un duro servicio como a "humilde siervo en su viña" y aceptando los caminos providenciales de Dios.
Escribir el libro de Jesús de Nazaret fue un proyecto de su vida, no simplemente académico, acariciado durante muchos años. En medio de incontables tareas y preocupaciones, interrumpiendo mil veces la redacción, con perseverancia y sin desmayos, nos ha ofrecido en tres volúmenes sus reflexiones como teólogo, siendo Papa; este escrito, sin mezclar indebidamente competencias, ha contribuido también a su misión de Pastor y de Maestro de la Iglesia universal. Su larguísima preparación y su reflexión sobre la cuestión de Jesús tal y como se ha planteado en nuestro mundo le ha conducido a realizar en unas condiciones poco propicias, un trabajo que es un servicio inapreciable para nosotros: El Jesús real no se identifica con el reconstruido por la investigación histórico-crítica, sino con el reconocido uniendo el estudio histórico y la fe cristiana. La fe cristiana no tergiversa sino confiere una mirada más honda sobre Jesús de Nazaret. Con la luz de la fe confesamos a Jesús desfigurado en Getsemaní y transfigurado en el Monte Tabor, como hemos escuchado en el Evangelio. Siempre unió el Papa Ratzinger la responsabilidad ante la fe y la razón, la profesión creyente en Jesús y el respeto de la historia; la fe busca entender y el deseo de entender la fe. Con su manera de proceder ha sido un maestro de metodología teológica.Los espíritus más perspicaces de nuestro tiempo han entendido que la fe da también un impulso a la razón para que no decaiga su atrevimiento ni se resigne a tratar sólo lo funcional, verificable y cuantitativo. La razón debe ampliar su campo a muchas realidades humanas que forman parte de la vida del hombre, entre ellas la apertura a la trascendencia.
Benedicto XVI no se ha aferrado al poder ni ha huído ante las dificultades. Por amor a la Iglesia ante la constatación de sus fuerzas ya escasas e incesantemente venidas a menos y ante la complejidad del ministerio petrino en nuestro tiempo, consciente de que ya no puede ejercerlo adecuadamente, ha llegado a la certeza en la presencia de Dios, que es el testigo de los movimientos del corazón, de que en adelante puede servir mejor a la Iglesia en la oración y la vida escondida. En el dinamismo de su fragilidad creciente y los desafíos actuales a la fe y a la Iglesia, antes de llegar a situaciones más apuradas, ha tomado la decisión totalmente libre de renunciar. En esta determinación tan importante se han aunado la obediencia a Dios, Señor de nuestros límites, el amor a la Iglesia, por la que ha trabajado tanto en diversos lugares y tareas, la humildad con la que aceptó el ministerio de Pedro y con que renuncia a él, la valentía para adoptar una decisión de esta envergadura que prácticamente no tiene precedentes pero que probablemente sentará precedentes. La humildad cristiana no encoge el ánimo sino otorga valentía para tomar las decisiones en conciencia ante Dios, sin buscar el aplauso ni temer la incomprensión.
Hace unos días nos pidió Benedicto XVI que oráramos por él; al dar gracias a Dios por su ministerio y su vida, le encomendamos a Él. Lo confiamos especialmente a la Ntra. Señora de Altötting, a cuyo santuario peregrinó desde pequeño. Nos unimos a su plegaria para que "asista con su maternal bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice". Os agradezco, queridos hermanos, vuestra presencia y participación en la presente celebración.

Benedicto XVI visto por D. Ricardo. (1)




ENTREVISTA.  Valladolid, 27 febrero 2013. (COLPISA, J. I. Foces). 

Monseñor Ricardo Blázquez es uno de los prelados españoles que mejor conoce a Joseph Ratzinger. Compartió con él nueve años de estrecho trabajo cuando el hasta esta tarde Papa presidía la Congregación para la Doctrina de la Fe. Además, como teólogo, Ratzinger es uno de los grandes maestros de Blázquez. Horas antes de que el Papa haga efectiva su renuncia a la sede de Roma, el prelado vallisoletano lanza a la sociedad, a los creyentes y no creyentes, un mensaje de esperanza ante la situación a la que se enfrenta la Iglesia. Se declara sereno y plenamente confiado en que los cardenales elegirán a un sucesor de Ratzinger que «hará suyas» las aspiraciones, pero también las tribulaciones, de la Humanidad. En la hora de la despedida a su maestro, Blázquez asevera con rotundidad: «Benedicto XVI nos ha confirmado en la fe». 

-A las ocho de la tarde de mañana queda vacante la sede papal. ¿A qué debe tenerle miedo un católico? 
-Por encima de las incertidumbres, nosotros como cristianos nos confiamos a la providencia de Dios. Y si el Papa ha tomado la decisión que ha tomado por el bien de la Iglesia, prosigamos sin miedos. Es verdad que hay dificultades, que la situación general del mundo es de inseguridad, de malestar... Y en medio de todo esto yo me confío a la providencia de Dios. 

-«Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas». ¿Se puede aplicar a este momento, a modo de metáfora, esta frase evangélica? 
-No, no. Yo creo que no. Cada Papa imprime su propia personalidad en el ministerio pretino que recibe. Los papas que con mayoría de edad que yo he conocido, así lo han hecho. Cada uno ha ido dejando su propia marca, de modo que ningún Papa tiene tal capacidad ni de convocar él solo, el Señor es quien convoca, ni tampoco de que a su desaparición o a su renuncia se disperse el rebaño. 

-«El deseo de recobrar la unidad de todos los cristianos es un don de Cristo y una llamada del Espíritu Santo.» (Concilio Vaticano II). Ratzinger ha abogado durante su papado por el diálogo ecuménico, pero es una tarea que queda pendiente. ¿Cómo podemos valorar los avances conseguidos por este Papa? 
-Sin duda que el diálogo ecuménico fue uno de los grandes objetivos del Vaticano II, que cada uno de los papas ha sentido como una responsabilidad particular. Se puede certificar por mil manifestaciones y actuaciones. En el caso del Papa Benedicto XVI también ha ocurrido así. Ha tenido una relación muy estrecha con el Patriarcado de Constantinopla y también con el de Moscú. Yo no puedo olvidar la celebración, preciosa, que en el Sínodo dedicado a la Palabra de Dios tuvimos el 18 de octubre en la Capilla Sixtina, el día de San Lucas, en el que presidieron la celebración el Papa Benedicto XVI y el Patriarca de Constantinopla. Se veía claramente la fraternidad, el aprecio recíproco, el respeto mutuo. El Papa lo presentó y cedió la palabra al patriarca de Constantinopla en un acto del Sínodo. Todos lo escuchamos con gran respeto. En este sentido creo que se ha ido avanzando, pero la cuestión ecuménica es de largo recorrido, no se trata de arreglos, componendas políticas y de apariencias, sino de ir al fondo de la cuestión. Pero, gracias a Dios, prosigue. Y con avances. 

-Ya que mencionamos el Concilio Vaticano II, en vísperas de un cambio de Papa, ¿dónde queda el Concilio? ¿Sigue en vigor en su totalidad, solo en parte, es recuperable? 
-A los cincuenta años del comienzo del Concilio, tengo la impresión de que ya una serie tanto de actitudes, como de fijación en personajes y acontecimientos, ha pasado a otro plano. Con la distancia del tiempo, van emergiendo las auténticas aportaciones y los, todavía, desafíos por llevar a cabo. En este sentido, me impresionó muchísimo, la estuve leyendo hace un par de días en 'L'Osservatore Romano', la charla que tuvo con el clero de Roma, ya después de anunciada la renuncia, en la que recordó su presencia en el Concilio y las aportaciones principales del Concilio. Es de tal lucidez, que quedé asombrado. Se ve como con el paso del tiempo se van cribando muchas cosas y va quedando lo fundamental. Tiene unas reflexiones sobre la Iglesia, sobre la relación Sagrada Escritura-Iglesia-Tradición, sobre la liturgia y sobre la relación de la Iglesia con el mundo contemporáneo, que son cuatro centros que el Concilio trató con mucho detenimiento, que a mi me dejaron admirado. Sus recuerdos, impresiones detalladas, sin papeles, porque además el propio Papa dice que por los acontecimientos de los últimos días no pudo preparar nada por escrito, dignas de ser analizadas. 

-En la Eucaristía del domingo pasado en la catedral usted ya dejó claro que, al margen de la decisión de dimitir, el ministerio de Ratzinger ha sido intenso y generoso. Lo calificó de 'faro de Dios'. El pensamiento germánico de Ratzinger ha tenido su traslación a España, donde Olegario González de Cardedal sea posiblemente su máxima expresión. ¿Deja huella, por tanto, y huella visible?
-Evidentemente. Benedicto XVI llegó al papado con una trayectoria teológica y un bagaje teológico y cultural realmente inmensos. Y todo eso lo ha puesto a disposición del ministerio petrino. Desde muy pronto, Ratzinger fue un teólogo muy conocido y muy apreciado. En estos días se ha recordado como él era ya profesor de Teología en Bonn y el cardenal Siri, arzobispo de Génova, invitó al cardenal Joseph Frings a dar una conferencia. Este acudió al entonces profesor Ratzinger para ver si le podía preparar el texto, dado que el volumen de trabajo que el cardenal tenía le impedía redactarla él mismo. Pronunció la conferencia en Génova y produjo un eco de admiración y elogio que llegó a la Santa Sede. Tanto es así, que Juan XXIII le pidió al cardenal Frings si podía visitarle. Este dudaba si habría hecho algo que provocase una reprimenda papal, pero no, el Papa Juan XXIII le dijo que lo que había dicho Frings en esa conferencia era lo que él pensaba, pero que no le salían las palabras. Frings llevó a Ratzinger al Concilio como su asesor personal, en el primer periodo. Y en el segundo ya fue nombrado miembro de la comisión central de la preparación de las sesiones. Fue muy estimado. Siempre iba a las cuestiones centrales, a lo esencial, con unos planteamientos muy transparentes. Ratzinger ha sido un maestro de la palabra, particularmente la escrita. Qué bien dice las cosas, cómo las simplifica, cómo lo más profundo emerge para ser entendido por todos. La gente ha tenido la satisfacción de entenderle, lo cual produce un gozo también cuando se escucha. Y siempre ha formulado las cosas con gran espiritualidad y de una manera muy bella. De modo, que hay muchas piezas de él, muchas homilías, que pueden formar parte de una antología de homilías de la historia de la Iglesia, como San Gregorio Magno, San Agustín, San Bernardo... Él llegó con un bagaje, que fue un pilar fundamental del Pontificado de Juan Pablo II, y ha continuado haciendo lo que, según su trayectoria y según el ministerio que había recibido, creía que debía hacer. A mi en este sentido me parece que Benedicto XVI nos ha confirmado en la fe, nos ha clarificado muchas cosas que a veces las conclusiones ambientales nos podían oscurecer. 

-¿Cómo ha sido su relación con Ratzinger? De usted se ha hablado estos años como uno de los prelados españoles al que el propio Papa le encargó determinadas misiones, y la relacionada con los Legionarios de Cristo es quizás la más visible. 

-A Joseph Ratzinger lo vi por primera vez en Munich a comienzos de los 70. Con él tuve mucha relación porque durante nueve años presidí la Comisión para la Doctrina de la Fe y él era el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Teníamos frecuentemente reuniones. Y tengo que decir que siempre percibí en él a una persona delicada, atenta, inteligente, con un enorme respeto. Nos preguntaba siempre si podíamos hacer tal o cual cosa, y si desde allí ellos podían hacer otra,... Quería que las cosas se hicieran sin descuidos, se hicieran bien. No se trataba de aplazar las cosas indefinidamente, no, sino de que se hicieran. De modo que yo abría los ojos cuando al ser nombrado Benedicto XVI nos decían que era como una especie de rottweiler germano y me preguntaba si los que decían eso lo conocían mínimamente. Él empezó a manifestarse pronto, a ser conocido, y ese castillo que querían construir algunos fue desmoronándose. Tuve aquellos años mucha relación con él, de lo que guardo un recuerdo estupendo. Cuando fue nombrado Papa, entre traducciones y originales suyos, yo tenía ya un metro de libros en la estantería. Tengo que reconocer que entre una media docena de teólogos, Ratzinger fue para mi uno los maestros. Ratzinger es uno de los grandes teólogos de la historia. 

Retrato del nuevo Papa.



·         > Hombre de Gobierno, buen pastor, teólogo. Y también mensajero de la fe y la moral de la Iglesia

El Papa perfecto ya existió. Fue Jesucristo. Él es el modelo que debe intentar imitar no sólo aquel que lleva sobre sus hombros la carga y la responsabilidad de ser su vicario en la tierra, sino todo bautizado. Para ser como Él, aquel al que elija esta semana el colegio cardenalicio, deberá ser ante todo alguien que luche con todas sus fuerzas por ser santo. Esa santidad no supondrá –en el caso de un hombre– la perfección absoluta, pues esa sólo la tiene Dios; pero sí implicará un honesto y tenaz esfuerzo por imitar al Santo entre los Santos, Cristo. En segundo lugar, tendrá que parecerse al Señor en su capacidad de ser un buen pastor, es decir en su empeño por defender a las ovejas del ataque de los lobos –y se las defiende, por ejemplo, manteniendo íntegro el mensaje de la fe y de la moral que la Iglesia ha custodiado con gran esfuerzo durante casi dos mil años–; este buen pastor deberá también estar dispuesto a cargar sobre sus hombros a las ovejas heridas por las luchas de la vida, haciendo todo lo posible por curarlas, tratándolas con misericordia, como corresponde al representante en la tierra del Dios que es la Divina Misericordia. Deberá además salir en busca de la oveja perdida, tanto de aquella que aún mantiene la fe pero ya no la practica, como de la que se alejó definitivamente de la casa del Padre; no deberá olvidar tampoco a esas otras ovejas que andan sin pastor, errantes, en parte porque nunca han oído hablar de Cristo. Naturalmente este Papa tendrá que ser también un hombre de gobierno, capaz de tomar decisiones que puedan parecer impopulares a los medios de comunicación, pero que sean coherentes con la doctrina del Divino Maestro. Y si, además, es experto en Teología y sabe comunicar lo que lleva en su mente y en su corazón, podríamos afirmar que la elección que hagan los cardenales ha sido la perfecta. Nosotros aún no conocemos quién será, cómo se llamará, de qué país vendrá o cual será el color de su piel. No lo saben ni siquiera los cardenales que lo elegirán. Pero hay alguien que sí lo sabe: el Espíritu Santo. Él lo llamó por su nombre hace años y lo ha preparado para este momento. El Papa perfecto, después de Cristo, ya está entre nosotros. Falta poco para conocerlo.
La Rzón.es.  10.03.2013

Una reflexión personal.



Quisiera compartir esta reflexión personal, hecha con modestia e incluso con un poco de temor y temblor.

Me da qué pensar la alusión que hizo el Santo Padre, en la homilía del pasado Miércoles de Ceniza, a la unidad del “cuerpo eclesial” y a los “individualismos y rivalidades”. Parece apuntar a un asunto grave; y no cabe duda de que el Papa sabía la trascendencia de sus palabras ante cardenales, personal de la Curia y fieles de distinta procedencia y  compromiso eclesial. Por ello, me afirmo en estas cuatro realidades, de cara a la próxima elección papal que para algunos miembros de la jerarquía “no cambiará nada en la Iglesia”.

Primera: El cónclave lo componen cardenales santos y pecadores. Esta realidad fue introducida en el mundo por la libertad humana, y ahora forma parte del plan divino.

Segunda: A los fieles no nos llega casi nada de los manejos humanos y perversos del “cuerpo eclesial”, ya que los pastores de la Iglesia tienen miedo a que nos escandalicemos. Y esto, a pesar de que el Papa Benedicto XVI insistió bastante en la transparencia en todos los ámbitos.

Tercera: La fe-esperanza cristiana nos asegura la asistencia de Dios en la vida de la Iglesia.

Y cuarta: Nosotros hemos de intensificar esa oración constante y confiada que Jesús nos mandó; al tiempo que trabajamos sencillamente, y a ras de suelo, en la tarea diaria con verdadero estilo cristiano, aun viendo cómo parece cumplirse en las altas esferas eclesiales la profecía de Jesús: "y creerán hacer un servicio a Dios". (Jn.16,2)