lunes, 11 de marzo de 2013

Benedicto XVI visto por D. Ricardo. (1)




ENTREVISTA.  Valladolid, 27 febrero 2013. (COLPISA, J. I. Foces). 

Monseñor Ricardo Blázquez es uno de los prelados españoles que mejor conoce a Joseph Ratzinger. Compartió con él nueve años de estrecho trabajo cuando el hasta esta tarde Papa presidía la Congregación para la Doctrina de la Fe. Además, como teólogo, Ratzinger es uno de los grandes maestros de Blázquez. Horas antes de que el Papa haga efectiva su renuncia a la sede de Roma, el prelado vallisoletano lanza a la sociedad, a los creyentes y no creyentes, un mensaje de esperanza ante la situación a la que se enfrenta la Iglesia. Se declara sereno y plenamente confiado en que los cardenales elegirán a un sucesor de Ratzinger que «hará suyas» las aspiraciones, pero también las tribulaciones, de la Humanidad. En la hora de la despedida a su maestro, Blázquez asevera con rotundidad: «Benedicto XVI nos ha confirmado en la fe». 

-A las ocho de la tarde de mañana queda vacante la sede papal. ¿A qué debe tenerle miedo un católico? 
-Por encima de las incertidumbres, nosotros como cristianos nos confiamos a la providencia de Dios. Y si el Papa ha tomado la decisión que ha tomado por el bien de la Iglesia, prosigamos sin miedos. Es verdad que hay dificultades, que la situación general del mundo es de inseguridad, de malestar... Y en medio de todo esto yo me confío a la providencia de Dios. 

-«Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas». ¿Se puede aplicar a este momento, a modo de metáfora, esta frase evangélica? 
-No, no. Yo creo que no. Cada Papa imprime su propia personalidad en el ministerio pretino que recibe. Los papas que con mayoría de edad que yo he conocido, así lo han hecho. Cada uno ha ido dejando su propia marca, de modo que ningún Papa tiene tal capacidad ni de convocar él solo, el Señor es quien convoca, ni tampoco de que a su desaparición o a su renuncia se disperse el rebaño. 

-«El deseo de recobrar la unidad de todos los cristianos es un don de Cristo y una llamada del Espíritu Santo.» (Concilio Vaticano II). Ratzinger ha abogado durante su papado por el diálogo ecuménico, pero es una tarea que queda pendiente. ¿Cómo podemos valorar los avances conseguidos por este Papa? 
-Sin duda que el diálogo ecuménico fue uno de los grandes objetivos del Vaticano II, que cada uno de los papas ha sentido como una responsabilidad particular. Se puede certificar por mil manifestaciones y actuaciones. En el caso del Papa Benedicto XVI también ha ocurrido así. Ha tenido una relación muy estrecha con el Patriarcado de Constantinopla y también con el de Moscú. Yo no puedo olvidar la celebración, preciosa, que en el Sínodo dedicado a la Palabra de Dios tuvimos el 18 de octubre en la Capilla Sixtina, el día de San Lucas, en el que presidieron la celebración el Papa Benedicto XVI y el Patriarca de Constantinopla. Se veía claramente la fraternidad, el aprecio recíproco, el respeto mutuo. El Papa lo presentó y cedió la palabra al patriarca de Constantinopla en un acto del Sínodo. Todos lo escuchamos con gran respeto. En este sentido creo que se ha ido avanzando, pero la cuestión ecuménica es de largo recorrido, no se trata de arreglos, componendas políticas y de apariencias, sino de ir al fondo de la cuestión. Pero, gracias a Dios, prosigue. Y con avances. 

-Ya que mencionamos el Concilio Vaticano II, en vísperas de un cambio de Papa, ¿dónde queda el Concilio? ¿Sigue en vigor en su totalidad, solo en parte, es recuperable? 
-A los cincuenta años del comienzo del Concilio, tengo la impresión de que ya una serie tanto de actitudes, como de fijación en personajes y acontecimientos, ha pasado a otro plano. Con la distancia del tiempo, van emergiendo las auténticas aportaciones y los, todavía, desafíos por llevar a cabo. En este sentido, me impresionó muchísimo, la estuve leyendo hace un par de días en 'L'Osservatore Romano', la charla que tuvo con el clero de Roma, ya después de anunciada la renuncia, en la que recordó su presencia en el Concilio y las aportaciones principales del Concilio. Es de tal lucidez, que quedé asombrado. Se ve como con el paso del tiempo se van cribando muchas cosas y va quedando lo fundamental. Tiene unas reflexiones sobre la Iglesia, sobre la relación Sagrada Escritura-Iglesia-Tradición, sobre la liturgia y sobre la relación de la Iglesia con el mundo contemporáneo, que son cuatro centros que el Concilio trató con mucho detenimiento, que a mi me dejaron admirado. Sus recuerdos, impresiones detalladas, sin papeles, porque además el propio Papa dice que por los acontecimientos de los últimos días no pudo preparar nada por escrito, dignas de ser analizadas. 

-En la Eucaristía del domingo pasado en la catedral usted ya dejó claro que, al margen de la decisión de dimitir, el ministerio de Ratzinger ha sido intenso y generoso. Lo calificó de 'faro de Dios'. El pensamiento germánico de Ratzinger ha tenido su traslación a España, donde Olegario González de Cardedal sea posiblemente su máxima expresión. ¿Deja huella, por tanto, y huella visible?
-Evidentemente. Benedicto XVI llegó al papado con una trayectoria teológica y un bagaje teológico y cultural realmente inmensos. Y todo eso lo ha puesto a disposición del ministerio petrino. Desde muy pronto, Ratzinger fue un teólogo muy conocido y muy apreciado. En estos días se ha recordado como él era ya profesor de Teología en Bonn y el cardenal Siri, arzobispo de Génova, invitó al cardenal Joseph Frings a dar una conferencia. Este acudió al entonces profesor Ratzinger para ver si le podía preparar el texto, dado que el volumen de trabajo que el cardenal tenía le impedía redactarla él mismo. Pronunció la conferencia en Génova y produjo un eco de admiración y elogio que llegó a la Santa Sede. Tanto es así, que Juan XXIII le pidió al cardenal Frings si podía visitarle. Este dudaba si habría hecho algo que provocase una reprimenda papal, pero no, el Papa Juan XXIII le dijo que lo que había dicho Frings en esa conferencia era lo que él pensaba, pero que no le salían las palabras. Frings llevó a Ratzinger al Concilio como su asesor personal, en el primer periodo. Y en el segundo ya fue nombrado miembro de la comisión central de la preparación de las sesiones. Fue muy estimado. Siempre iba a las cuestiones centrales, a lo esencial, con unos planteamientos muy transparentes. Ratzinger ha sido un maestro de la palabra, particularmente la escrita. Qué bien dice las cosas, cómo las simplifica, cómo lo más profundo emerge para ser entendido por todos. La gente ha tenido la satisfacción de entenderle, lo cual produce un gozo también cuando se escucha. Y siempre ha formulado las cosas con gran espiritualidad y de una manera muy bella. De modo, que hay muchas piezas de él, muchas homilías, que pueden formar parte de una antología de homilías de la historia de la Iglesia, como San Gregorio Magno, San Agustín, San Bernardo... Él llegó con un bagaje, que fue un pilar fundamental del Pontificado de Juan Pablo II, y ha continuado haciendo lo que, según su trayectoria y según el ministerio que había recibido, creía que debía hacer. A mi en este sentido me parece que Benedicto XVI nos ha confirmado en la fe, nos ha clarificado muchas cosas que a veces las conclusiones ambientales nos podían oscurecer. 

-¿Cómo ha sido su relación con Ratzinger? De usted se ha hablado estos años como uno de los prelados españoles al que el propio Papa le encargó determinadas misiones, y la relacionada con los Legionarios de Cristo es quizás la más visible. 

-A Joseph Ratzinger lo vi por primera vez en Munich a comienzos de los 70. Con él tuve mucha relación porque durante nueve años presidí la Comisión para la Doctrina de la Fe y él era el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Teníamos frecuentemente reuniones. Y tengo que decir que siempre percibí en él a una persona delicada, atenta, inteligente, con un enorme respeto. Nos preguntaba siempre si podíamos hacer tal o cual cosa, y si desde allí ellos podían hacer otra,... Quería que las cosas se hicieran sin descuidos, se hicieran bien. No se trataba de aplazar las cosas indefinidamente, no, sino de que se hicieran. De modo que yo abría los ojos cuando al ser nombrado Benedicto XVI nos decían que era como una especie de rottweiler germano y me preguntaba si los que decían eso lo conocían mínimamente. Él empezó a manifestarse pronto, a ser conocido, y ese castillo que querían construir algunos fue desmoronándose. Tuve aquellos años mucha relación con él, de lo que guardo un recuerdo estupendo. Cuando fue nombrado Papa, entre traducciones y originales suyos, yo tenía ya un metro de libros en la estantería. Tengo que reconocer que entre una media docena de teólogos, Ratzinger fue para mi uno los maestros. Ratzinger es uno de los grandes teólogos de la historia. 

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